70... 70... y no nos dimos cuenta...

Osvaldo Olmos cumplió 70 años, desde su última reencarnación, e invitó a los muchachos del Club a festejarlos con él.

Obviamente, el churrasco lo haría en cumpleañero, en honor a sus invitados que lo bancan a muerte. El fuego... no se apagó nunca.
Sus invitados no eran precisamente los más educados, pero supieron apreciar la mano del asador y devorarlo todo.

Brindis tras brindis la lengua se fue soltando, hasta que "el guerrero de las 1000 batallas" largó la frase caladora: "quería festejar mis 70 años con mi familia, y mi familia se llama Jenecherú, gracias por venir". Un par de paltas cristalinas rodaron por las mejillas del más duro.

Los brindis siguieron y el rugbier más veterano en Bolivia se iba entonando. La lengua se le trababa un poco, pero la sonrisa no se le borraba del rostro. Ni a él, ni a su esposa, ni a su familia de sangre, ni a su familia de fuego.

Para variar, no pudo resistir la tentación que tienen los grandes de aconsejar a los jóvenes. A Lorgio comenzó a darle cátedra de una materia en la que es "doctor": ser un rugbier. La botella de Branca era un silencioso testigo.

Después irrumpieron una pierna de mariachis (con gorras de baseball) y homenajearon al campeón de la vida y la muerte con temas como "El tiempo pasa", "Viejo mi querido viejo" y "Parca... pillame si podés", además del "Cumpleaños feliz" y las "Mañanitas de un tal David".

Su esposa, su hija, sus nietos... siempre cerca del ídolo sin tiempo, supieron colocar un número 70 como velas en la torta. Alguien después le clavo un tenedor simulando un número "1" antes (170).

Una mano negra supo empujar en el momento oportuno y Olmos quedó embarrado de merengue. Nada podía empañar ya la felicidad del hombre que, hace más de medio siglo, compartía una cancha con Ernesto "Che" Guevara, en su Córdoba natal.
Y hoy, una semana después de cumplir 70 pirulos, en el Primer Encuentro Nacional de Rugby, Olmos se calzaba los cortos nuevamente y entraba a la cancha con Los Pericos, a desbordar su magia, a repartir sonrisas, a emocionar a propios y ajenos, a jugar al rugby... un deporte que siempre necesita de los Olmos, con su madera eterna, para alimentar fuegos que nunca se apagan.